martes, 4 de febrero de 2014

LA FAMILIA CRISTIANA: COMUNIDAD DE AMOR Y DE VIDA

LA FAMILIA CRISTIANA: COMUNIDAD DE AMOR Y DE VIDA

Con los hijos el matrimonio se convierte en familia, la convivencia conyugal en  doméstico. La familia es el ambiente propicio para el surgimiento de la vida humana, su educación y realización cristiana.
Sin embargo no todos los cristianos forman una familia cristiana auténtica que sea lugar de santificación y de salvación. Las incompatibilidades y los contrastes entre el plan de Dios y la realidad de muchas familias son palpables al constatar las uniones libres, los divorcios, los adulterios, el abandono de los hijos, etc. La familia como institución sufre una época de crisis debido a las transformaciones actuales de un nuevo tipo de sociedad: industrializada, urbana, secularizada y no cristiana, pluralista y anónima.
Pero ante esa situación la familia cristiana está llamada a dar un claro testimonio como comunidad de vida y de amor y como iglesia doméstica, fuente de santificación y salvación.
El amor es esencial en la vida de familia; es el eje de las relaciones dentro de la familia. Amar y ser amado es la gratificación de los padres, los esposos y los hijos: el amor impulsa y recompensa el sacrificio de los padres; amor agradecido brota en los hijos al experimentar cuánto hacen por ellos sus padres; los lazos de sangre entre hermanos potencian el amor, convertido en fraternidad.
Estas son algunas de las numerosas manifestaciones de la dinámica del amor familiar:
La identificación con un familiar
En oposición con el ambiente masificador de la calle, la familia ofrece un trato de persona a persona donde la otra parte no es alguien anónimo, sin rostro: es mi
esposa, mi hijo, mi madre, mi hermano; alguien con quien mi vida está unida en
alegría, trabajo, dolor y esperanza.
El respeto mutuo
El roce continuo, la dependencia y la confianza excesiva a veces provocan faltas de respeto, agresividad, amor posesivo y actitudes autoritarias. En la familia es
posible aprender y profundizar la aceptación mutua, el respeto sincero y la convivencia armoniosa.
La confianza
Es el clima auténtico de la vida familiar. Reclama interés por la otra persona, sinceridad, comunicación frecuente y fluida, servicio mutuo, suavidad en el trato y atención al que está afligido.
La comprensión
Debería ser muy fácil dentro de la familia. Significa aceptación sincera, paciencia ante los defectos, flexibilidad en criterios, longanimidad y tolerancia.
La serenidad en los conflictos
Los conflictos son inevitables en toda familia. Es preciso no dramatizarlos y ceder en las exigencias personales por amor a la concordia y a la paz.
El perdón y el olvido
En la convivencia familiar no faltan pequeñas o grandes ofensas que, acumuladas, pueden provocar resentimientos, agresividad, rencores y muerte del amor existente hasta entonces. Urge la humildad, la generosidad en el perdón, la capacidad de olvidar. El perdón es la ley fundamental para la supervivencia de la vida conyugal y familiar.
El sacrificio y la unión
El sacrificio es expresión y la demostración necesaria del verdadero amor. En la medida en que reine el amor existirá la unión física, psicológica y espiritual de la familia. El amor, el sacrificio, la comprensión y la colaboración constituyen el "nosotros" de la comunidad familiar; la participación de vida en un solo corazón y en una sola alma.

LOS LAZOS DE AMOR EN LA COMUNIDAD FAMILIAR

La familia que vive en el horizonte del amor está unida y es solidaria ante cualquier tentación y dificultad del ambiente. Los múltiples lazos de amor la hacen fuerte e indestructible.
El amor entre los esposos
Es decisivo para la unidad familiar; sin el amor el matrimonio se reduce a un simple contrato y al interés por los hijos en una convivencia forzada, sin calor ni vida. Los hijos sólo podrán comprender qué es el amor si lo contemplan en el mutuo amor de sus padres.
El amor entre esposos se manifiesta en:
El diálogo sereno, la mutua libertad, la confianza mantenida, la serenidad en el trato, la comprensión, la delicadeza, el perdón recíproco, la fidelidad absoluta.
El amor conyugal se manifiesta también en la responsabilidad conjunta que conlleva un gran respeto por:
Las amistades, las relaciones sociales, la economía doméstica, las diversiones, la paternidad, la educación de los hijos, la vida religiosa común.
Los esposos no son dos, sino una sola carne (Mateo 19:5-6). Por eso todo es común.
El amor de los esposos a los hijos
Es indispensable la presencia del padre en el hogar para acompañar a sus hijos en el camino de su maduración humana y cristiana. Los hijos sin el padre carecen de la seguridad, fortaleza y amor masculino, necesarios para su equilibrio y madurez. Igualmente indispensable es la presencia de la mujer, a quien Dios ha concedido mayor ternura, paciencia, capacidad de sacrificio y dedicación para cuidar y educar a sus hijos. Sin su presencia los hijos son doblemente huérfanos. De hecho la madre tiene una superioridad afectiva en el hogar y con los hijos.
El cuidado y la educación de los hijos es responsabilidad común de los padres. Por ser su descendencia surge un vínculo de amor  entre padres e hijos, lo que impulsa a procurar a los hijos el mayor bien posible. Pero debe ser un amor profundo y equilibrado que evite preferencias. Y también un amor fuerte que supere la concesión de caprichos.
Sus manifestaciones principales son:
Ø La acogida y la protección: los hijos deben ser acogidos con amor y protegidos ya desde antes del nacimiento, en su vida prenatal. Y no importa el sexo; hombre y mujer tienen idéntica dignidad personal.
Ø La alimentación y el vestido: Por justicia y amor los padres deben atender las necesidades materiales de los hijos, sobre todo en los primeros años, mediante una alimentación suficiente, vestidos adecuados y cuidado de la salud.
Ø La confianza y el diálogo constante: Los padres deben acompañar el crecimiento de sus hijos con su presencia amorosa y el diálogo abierto para iluminar, informar, alentar y corregir. La confianza recíproca es un factor decisivo en la educación y en la vida familiar.
Ø La educación integral: Los padres tienen el deber y el derecho primario de proveer, en la medida de sus posibilidades, la educación de sus hijos tanto física, como social, cultural, sexual, moral y religiosa. Es preciso educar su personalidad y acompañar su crecimiento humano y cristiano.
Ø La corrección: Los padres que aman a sus hijos saben corregirlos con paciencia y bondad. Es contraproducente la corrección inoportuna y dura, el autoritarismo cómodo (que mantiene la disciplina pero que no educa), y el desacuerdo entre los cónyuges (por el desconcierto que causa en los hijos).
Ø El respeto: Los padres deben respetar la intimidad personal de los hijos; su mundo espiritual, que sólo revelarán los propios hijos en un clima de mutua confianza. La obediencia será el fruto de la libertad y de la autoridad, armonizadas en un clima de diálogo comprensivo.
Ø La elección del estado de vida: Los padres deben iluminar y aconsejar, pero sin coartar injustamente su libertad. No pueden obligar a los hijos a una profesión determinada, a un noviazgo, a un matrimonio o a una vocación si ello no está de acuerdo a la vida cristiana y a la evolución humana de los hijos. Los padres deben ejercer de consejeros prudentes de sus hijos, con desinterés personal, y buscando siempre ante todo su bien espiritual y eterno.
El amor de los hijos a sus padres
Dios mismo ha instruido acerca del honor y del respeto a los padres: "Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar" (Éxodo 20:12). Además, el Cuarto Mandamiento canaliza la piedad y el amor responsable de los hijos a sus padres mediante:
Ø El respeto: Por justicia todo hijo debe reconocer lo que son y lo que han hecho sus padres con él. El respeto impulsa a los hijos a cumplir los deberes
que merecen sus progenitores. Aún cuando en ocasiones los padres puedan cometer errores o revelar defectos, los hijos deben siempre respetarlos.
Ø La gratitud"Honra a tu padre con todo tu corazón y no olvides los dolores de tu madre. Recuerda que gracias a ellos has nacido; ¿cómo les pagarás lo que han hecho por ti?" (Eclesiástico 7:27-28). Los hijos deben manifestar su gratitud a sus padres con palabras y gestos: la compañía, el darles confianza, colaborar con ellos, tratarles con delicadeza, preocuparse por ellos, estar prontos para servirles, etc.
Ø La obediencia"Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, porque esto es justo" (Efesios 6:1). A la autoridad paterna y materna ha de corresponder la adhesión filial a sus consejos y al cumplimiento de sus órdenes. La obediencia tiene determinados límites y condiciones, como que las órdenes de los padres sean basadas en el bien personal y familiar.
Ø La ayuda"Hijo, cuya de tu padre en su vejez, y durante su vida no le causes tristeza.
Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente con él, no le desprecies, tú que estás en la plenitud de tus fuerzas. La compasión hacia el padre no será olvidada; te servirá para
reparar tus pecados" (Eclesiástico 3:12-14). Aunque el hijo esté casado y con sus preocupaciones familiares, no puede abandonar a sus padres, sobre todo en
la vejez o en la enfermedad. Debe visitarles, interesarse por ellos, ayudarles
económica, anímica y espiritualmente, orar por ellos.

LA FAMILIA COMO IGLESIA DOMESTICA



Dios es la fuente de la felicidad y prosperidad familiar. Si amar y ser amado constituye la dinámica de la vida familiar, Dios es amor y su ley se reduce al amor. Por eso cuando brilla el amor en una familia, ahí está Dios. Pero cuando falta Dios, allí no hay amor ni existe familia como tal.
Cuando Dios está presente en la familia y en el hogar se cumple la promesa del Señor: "Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó porque estaba cimentada sobre la roca" (Mateo 7:25).
San Agustín definió a la familia como "pequeña iglesia" ya que la Iglesia se revela y actualiza en la familia cristiana, la cual participa en su acción santificadora, evangelizadora y salvadora.
Los padres, por el sacramento del Bautismo y del Matrimonio, son consagrados como sacerdotes de su hogar ya que:
Ø Transmiten a sus hijos la palabra de Dios con su ejemplo y su palabra
(Ministerio profético).
Ø Son instrumentos de gracia y de santificación para sus hijos mediante la oración constante, el amor paciente, la comprensión y la corrección serena y firme (Ministerio sacerdotal).
Ø Guían a sus hijos en el camino de la vida cristiana a través de su testimonio en el mundo, de su entrega en el servicio a los demás y del compromiso apostólico y evangelizador, de manera que sean introducidos plenamente en la experiencia de Cristo y de la Iglesia (Ministerio pastoral).

LAS REALIDADES INCOMPATIBLES DE LA VIDA FAMILIAR

Frente al atractivo del ideal de la familia como comunidad de amor e iglesia doméstica, hay muchas realidades incompatibles entre el proyecto humano y el plan de Dios sobre la comunidad familiar. Las siguientes son las más importantes:
La unión libre de hecho
La ausencia de un vínculo civil y religioso puede ser fruto de ignorancia, de inmadurez y de inexperiencia, pero también puede ser reflejo de una actitud de rechazo de todo lo institucional. Ello falsifica la alianza matrimonial ya que para el cristiano el único matrimonio es el sacramental. Esas parejas necesitan ayuda social y evangelización. Hasta que no regularicen su situación ante Dios y la Iglesia, no pueden ser admitidos a los sacramentos (FC 82).
La unión sólo por el matrimonio civil
Es cada vez más frecuente el caso de católicos que, por motivos ideológicos y prácticos, prefieren contraer matrimonio solamente civil, difiriendo e incluso rechazando el matrimonio religioso (FC 82). Esta es una situación que desde el punto de vista cristiano no se puede aceptar. Estos esposos renuncian a las riquezas espirituales del sacramento y al reconocimiento de la validez matrimonial por parte de la Iglesia. Viven en oposición al plan de Cristo sobre el matrimonio y por eso no pueden recibir los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía (FC 82). Es preciso ayudar a esas personas a clarificar su fe y a superar su indiferencia religiosa, llevándolas a vivir con coherencia su opción cristiana.
La unión familiar falsificada
Muchas veces la unión familiar es falsificada o deteriorada por la separación, el divorcio, el adulterio y la poligamia, fenómenos todos que contradicen el plan de
Dios sobre el matrimonio y la dignidad de la persona y que constituyen una falta grave al compromiso matrimonial celebrado ante Dios.
La actitud "machista"
Otro aspecto que influye también negativamente en la unión familiar es una actitud "machista", lo cual ofende la dignidad de la esposa y de los hijos con su actitud autoritaria e irresponsable. El machista se considera a sí mismo el dueño absoluto e impone arbitrariamente su voluntad a su esposa en todos los aspectos familiares (vida sexual, economía familiar, relaciones sociales, etc.). Trata a su esposa y a sus hijos, no como personas, sino como objetos que le pertenecen, sobre los que puede disponer a su capricho. Para él todos son sus servidores y le deben obediencia sin reservas.
La actitud "feminista"
Como esposa y madre la mujer "feminista" es autoritaria, agresiva y posesiva. Abusa de su superioridad cultural o de carácter o del mismo amor maternal, para aislar al esposo del amor de los hijos. Defiende a veces justos derechos, pero de manera equivocada y resentida.
Padres irresponsables
Una conducta irresponsable surge a veces por una paternidad deficiente o por el descuido material y por la mala educación de los hijos. Los padres así son irresponsables y pecan contra Dios y el prójimo cuando se dan las siguientes circunstancias:
Ø Cuando por egoísmo no quieren hijos, o cuando si los tienen los tratan sin el mínimo de amor, sin protección o posibilidades de vida y de educación.
Ø Cuando acuden al aborto o procrean en la ilegalidad, fuera del matrimonio o sin unión matrimonial.
Ø Cuando descuidan su formación integral, humana, intelectual y religiosa.
Ø Cuando obstaculizan el futuro de los hijos, imponiéndoles una determinada profesión o no respetando su libertad en la elección del estado de vida o su vocación.
Ø Cuando abusan de la autoridad atemorizando a sus hijos e imponiendo una disciplina tan rigurosa como desfasada, lo que provoca rebeldía, traumas sicológicos, resentimientos, huidas del hogar y matrimonios prematuros.
Ø Cuando no usan la autoridad debida ante las exigencias inadmisibles de los hijos, cediendo a sus caprichos y no corrigiéndoles por miedo.
Ø Cuando son un antitestimonio y dan malos ejemplos como esposos, padres, profesionales, ciudadanos y cristianos.
Hijos irresponsables
El amor, el respeto, la obediencia y la atención personal resumen el Cuarto Mandamiento. La irresponsabilidad de los hijos con sus padres se manifiesta en las siguientes actitudes:
Ø La falta de amor: Es cuando el hijo entristece a los padres con su pereza en los estudios o con su ingratitud en las esperadas manifestaciones de cariño. Es grave cuando se da el maltrato, las injurias y el abandono en caso de enfermedad o necesidad. Pero llega al odio extremo cuando existe odio a los padres, maldición, desprecio e incluso deseo de su muerte.
Ø La falta de respeto: Se manifiesta en la crítica amarga, en negarles la palabra, en avergonzarse de ellos y en no reconocerles como padres. Pero también en las amenazas, las ofensas, los golpes, el echarlos de la casa. Dios condena duramente este pecado: "maldito quien deshonra a su padre o a su madre" (Deuteronomio 27:16), "como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su madre" (Eclesiástico 3:16).
Ø La desobediencia: Existe cuando los hijos no aprovechan los medios de formación, no hacen caso a los consejos y a las correcciones, y rechazan la colaboración y la ayuda en la vida familiar. Aún más grave es la rebeldía, que corta el influjo educador de los padres.
Ø El abandono a los padres: Es pecado grave el no socorrer, según las posibilidades, a los padres necesitados (ver Eclesiástico 3:12-14). El hijo tiene la obligación de integrar a sus padres en el propio hogar, o por lo menos proveerles el cuidado material y el emocional.


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